vendredi 9 novembre 2007

La Dépression : l'Affection du XXIe siècle, par Ricardo Nepomiachi

Notre collègue Nepomiachi, de Buenos Aires, nous envoie en espagnol ses réflexions sur La dépression, maladie du Xxième siècle?
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La Depresión: Afecto del Siglo XXI[1]


Ricardo Nepomiachi

En principio muchas gracias por la presencia de todos ustedes, gracias al CEPU, me sumo a los agradecimientos que hiciera Florencia Lafourcade, a todo el apoyo y auspicio que tiene esta actividad y, en particular, a Rosa Yurevich que fue la que tuvo la ocurrencia de llamarme una vez más y pedirme una colaboración que acepté con enorme agrado. Tengo que confesarles que no sabía de la existencia del CEPU, de lo que ahora sí me empiezo a enterar, que es el trabajo, el esfuerzo denodado por sostener el psicoanálisis en Ushuaia y esto realmente es para festejar. Florencia habló de una fiesta, creo que la fiesta es esa, debemos festejar y alegrarnos con la existencia de un grupo psicoanalítico que puede participar de los debates que hoy son cruciales en nuestro mundo y en nuestra civilización. Es fundamental que esté presente en esos debates la posición de los psicoanalistas y en particular los de la orientación lacaniana.

Quisiera darles algunas razones acerca de por qué propuse este tema que. por otra parte, me parece que la presencia tan numerosa de ustedes confirma el acierto que tuvimos cuando conversábamos con Rosa a propósito de que tema abordar. Me parece que ustedes han captado que evidentemente es un tema crucial en nuestra época y, para nosotros, tiene un valor ejemplar en lo que podríamos considerar una encrucijada. El discurso actual de la civilización lo podemos caracterizar muy rápidamente por algunos rasgos: tiene que ver las sociedades democráticas, tiene que ver con el desarrollo capitalista y tiene que ver -tanto en las sociedades democráticas como en el desarrollo capitalista- con la dominancia del discurso de la ciencia, la eficacia, la incidencia permanente en nuestra vida común de los desarrollos de las tecnociencias.

Es una encrucijada, y es lo que me gustaría poder transmitirles en esta charla, donde se juega el destino del psicoanálisis en este momento. En principio porque debemos considerar que la posición del psicoanálisis, su práctica, en algún sentido va en contra, se opone, resiste a lo que está proponiendo la ética de la civilización contemporánea. Claro que se trata de ver de qué modo sostenemos esa resistencia y qué es los que podemos proponer ante los impasses, ante lo que yo calificaba como las encrucijadas del mundo actual.

La ética de la civilización actual, si tuviéramos que resumirla en términos generales -hay que tener en cuenta que no todos participan en este universal- podríamos calificarla como un empuje actual de la civilización en el sentido de una ética que propone ceder en relación a ese campo que abre Freud, particularmente en referencia al campo de los deseos. No en referencia a la noción del deseo que, como ustedes saben, tiene una existencia y se ha reconocido desde la antigüedad, sino en lo que hace en la introducción y a la posibilidad de operar en el campo del deseo, que no es otra cosa que el método analítico.

La ética contemporánea va en contra del deseo, empuja en el sentido de ceder con respecto al deseo, abolir al sujeto del deseo. Ese sujeto del deseo formulado por Lacan como modo de reformular el inconsciente freudiano y, por el otro lado, esta renuncia, este ceder con respecto al deseo, este abolir al sujeto, va acompañado del empuje fundamental de la civilización contemporánea que es ser empujado al goce, a la satisfacción del más, de ese plus que nos impone la civilización actual. Nos encontramos en un momento en el que estamos afirmando que la civilización actual se caracteriza por la introducción y el sostener con toda su presión una demanda, una demanda que lleva al sujeto al querer gozar, a encontrar satisfacciones inmediatas. Un empuje que es correlativo del desarrollo actual de las tecnociencias y de la producción de objetos industriales, esa producción de objetos de satisfacción, de objetos del plus de gozar, como seguimos llamando desde Lacan. Pero un producto de satisfacción sin regulación, sin medida, supuestamente producido al servicio de satisfacer necesidades pero sabemos que permanentemente de lo que se trata es de una oferta, no es tanto que responden a una demanda auténtica, sino de una oferta que crea permanentemente nuevas demandas y nuevos pedidos de satisfacción; todas éstas sin satisfacer al deseo.

Gozar, encontrar satisfacción, es entonces el imperativo de la actualidad que puede ser resumido en términos de la búsqueda de la felicidad y saben ustedes que esto de la felicidad no es un término demasiado antiguo. Esta cuestión tiene algunos pocos siglos y está inscripta en la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica: el derecho a la felicidad. Veremos de qué modo esto tiene su incidencia en relación a la cuestión planteada, en el campo médico, acerca del derecho a la salud. De qué modo hay una mutación que estamos viviendo, que se está produciendo y que anuncia un porvenir, que es el pasaje del derecho a la salud al derecho a la felicidad. Todas estas exigencias, por supuesto, también recaen sobre el psicoanálisis, sobre los psicoanalistas, sobre los practicantes del psicoanálisis. Esto hace también que el psicoanálisis sea considerado como un objeto más en el mercado y, entonces, tenga que responder a este tipo de demanda, a este imperativo: que el psicoanálisis se incluya como una psicoterapia más dentro del conjunto de la oferta del campo psicoterapéutico. Es por esa vía de uniformización, de homogeneización, verdaderamente totalitaria, donde el psicoanálisis introduce y sostiene, a diferencia de todas las otras terapéuticas, nuevamente la cuestión de la particularidad del sujeto, más aún, de sus rasgos más singulares y propios.

Entonces, sostener en este campo el psicoanálisis y su práctica, se constituye en algo equivalente a un acto de resistencia, en la medida que pueda proponer una alternativa a lo que anuncia, con toda lucidez y con una enorme erudición acerca de lo que se está produciendo a nivel de la revolución biotecnológica actual, el libro de Francis Fukuyama “El fin del hombre”. El título anticipa el desarrollo que hace a partir de su investigación sobre todos los desarrollos biotecnológicos de la actualidad, donde efectivamente se anuncia un porvenir y anticipa el fin del hombre en el sentido de cómo lo hemos entendido, del hombre tomado desde el humanismo, pensado en su subjetividad por toda la tradición existencialista. En el fin del hombre planteado por Fukuyama, en última instancia, quedará la posición de la religión defendiendo esa supuesta dignidad del hombre, pero claro, se trata, para nosotros, ya no desde la posición de la religión sino de la posición del psicoanalista. De qué modo sostener, en este siglo, la dignidad del sujeto, ya no sólo en términos religiosos sino en los términos que el psicoanálisis atiende al sujeto: en su particularidad, en su singularidad, en su historización -que no es como la de los demás-.

Propusimos como título para esta charla “La depresión: afecto del siglo XXI”, que me parece puede ser equívoco, porque no es un afecto que surge en el siglo XXI. El afecto depresivo ha sido reconocido y existe desde la antigüedad. Si hiciéramos un rápido recorrido histórico veríamos que desde Hipócrates se describe el fenómeno depresivo, no en términos de depresión, sino de melancolía, de melancolía, que es la bilis negra que afecta al sujeto y que produce este trastorno del humor.

Haciendo un salto en la historia, como para marcar momentos cruciales, y este es fundamental a mí entender, en la edad media es calificado como un pecado capital: la tristeza, la asedia calificada como falla moral y no como enfermedad. Insisto sobre esto porque después veremos de qué modo Lacan se inscribe en esa tradición. Son muy pocas las referencias de Lacan con respecto a la depresión, pero tiene una muy precisa en un texto que comentaré más adelante, donde ubica la tristeza como cobardía moral, lo explicaré desde la perspectiva del psicoanálisis y no en el sentido del pecado religioso como falla moral tal como estaba planteado en la edad media.

Por último, ese momento de gran crisis y de mutación cultural que supuso el renacimiento, donde se trata del inicio del discurso de la ciencia, se produce el famoso descentramiento del hombre con relación a su mundo y, allí la melancolía, para la época, vuelve a adquirir una nueva posición con relación a la subjetividad que filosóficamente Descartes empieza a plantear como los problemas del sujeto.

¿Por qué afirmar o interrogar la depresión como afecto del siglo XXI? En primer lugar supone considerar que el término, la noción de depresión, el significante depresión es omnipresente hoy en el mundo. Es omnipresente al punto tal que no sólo aparece en el campo médico, psiquiátrico, en el de la psicología, sino que también en los medios permanentemente está la presencia del problema de la depresión. Por supuesto en los medios cada semana, cada mes, tenemos los milagros curativos referidos a la depresión y se ha constituido verdaderamente en una epidemia del siglo XXI, al punto tal que hay un informe de la Organización Mundial de la Salud que afirma que hay 340.000.000 personas en el mundo, registros de hace tres o cuatro años y probablemente esta cifra se haya modificado en el sentido creciente, y anuncia que en el año 2.020 será la segunda enfermedad del planeta luego de la isquemia cardiovascular. Se dan cuenta de la dimensión del problema que está planteando la cuestión de la depresión, calificada por la OMS como “el mal del siglo”.

Empecemos a ver algunas otras perspectivas que nos permitan introducirnos en lo que va a ser la crítica fundamental desde la orientación lacaniana del psicoanálisis a toda esta idea del mal del siglo, de epidemia y su consecuencia fundamental: ¿cuál es el programa terapéutico para la depresión?

Hay un artículo de un psiquiatra francés el Dr. Velneve, del cual tomé unos párrafos porque me parecen muy esclarecedores para introducirnos en el punto crítico respecto de la depresión como mal del siglo. El Dr. Velneve dice lo siguiente: “la depresión es verdaderamente la enfermedad de la actualidad -consciente a esta idea del mal del siglo- esto no significa que se sepa todo sobre ella, ni aún que el término designe alguna cosa precisa”. Este rasgo de imprecisión con respecto a qué calificamos o qué se subsume bajo el síndrome depresivo es fundamental pero el autor saca consecuencias favorables, dice: “sin embargo, la imprecisión, permite tanto al paciente como al médico disponer de una etiqueta práctica, que justifica tanto el estado del paciente como el acto para el médico”. Es decir, se genera un binarismo donde esta etiqueta diagnostica relaciona rápidamente el estado del paciente y el acto del médico, siendo su consecuencia: medicar con antidepresivos.

Es en las últimas décadas, probablemente dos, que se ha producido una gran reconfiguración del campo psiquiátrico. Me refiero al campo psiquiátrico que ha abandonado su tradición, su posición humanista, la tradición existencialista, que ha abandonado también contar con el psicoanálisis en su campo, que se ha visto profundamente trastocado a partir de lo que se califica hoy día como trastornos del humor: la depresión y la ansiedad. Ambos han reconfigurado todo el campo psiquiátrico y son trastornos del humor que responden puntualmente a la lógica del medicamento. Se ha producido un movimiento tal que la clínica se ha subsumido a la supuesta eficacia de los medicamentos. Se configura prácticamente todo el campo entre pacientes para estimular o pacientes para sedar, o sedantes o estimulantes. Esta es una perspectiva que a nosotros, que seguimos la tradición freudiana, que estamos en la experiencia de Lacan, inmediatamente nos demuestran de que modo se han borrado las categorías clínicas construidas con todo detalle, con toda precisión por la psiquiatría clásica. Me refiero al fin del siglo XIX, comienzos del XX, esa psiquiatría que hereda Freud y sobre la que avanza, haciendo distinciones, con atención al detalle clínico en la configuración de rasgos de estructuras que permitan captar la particularidad clínica de cada caso. Esas estructuras clásicas eran la neurosis, la perversión y la psicosis. El síndrome depresivo tomado como tal, que responde por la lógica al fenómeno del medicamento, del antidepresivo, es transclínico, no atiende si se trata de la perversión, si se trata de la neurosis o si se trata de la psicosis, trata el trastorno del humor.

La gran revolución comienza en 1952 con la producción de la clopromacina, luego vienen las benzodiacepinas y los antidepresivos, que prácticamente configuran el arsenal terapéutico del campo de la psiquiatría y que lleva incluso a que el diagnóstico sea verificado por el uso de la medicación. Entonces, la terapéutica es la que orienta al médico, al psiquiatra, acerca de su diagnóstico. En este punto me parece que nos encontramos con un verdadero cambio de paradigma: se ha sustituido el paradigma clínico, el del detalle, el de la precisión, el de atender al caso en su particularidad por el paradigma terapéutico.

De ese modo, por el paradigma terapéutico y por la producción de los medicamentos que pueden incidir en los trastornos del humor, es que la psiquiatría hace su entrada en la medicina general. No es sólo a partir de ese punto de eficacia de la medicación, sino también de la dinámica propia que adquiere en nuestro mundo el medicamento como “objeto del mercado”. Esto es fundamental, he leído hace poco un artículo que en los Estados Unidos están estudiando la incidencia del marketing del antidepresivo en su eficacia terapéutica. El marketing es cuando se dirige el anuncio directamente a los pacientes, no solamente al campo médico, sino a los pacientes y es evidente, están constatando que hay un aumento de la eficacia terapéutica con el marketing directo, de la nueva droga producida, al paciente. La cuestión entra fundamentalmente en el problema del mercado, ya no sólo se trata de los avances, lo que la ciencia investiga, de lo que se produce en la investigación de las ciencias básicas y fundamentales en su aporte a la medicina, sino también, la dinámica del mercado con los laboratorios, su industria y la producción masiva ofertada al consumidor.

Con esta lógica terapéutica es que se reorganiza todo el campo de la psiquiatría alrededor del trastorno del humor, la depresión, la ansiedad y surge el famoso manual estadístico y diagnóstico, el DSM, estamos en el cuarto. Entre el tres y el cuarto prácticamente desaparecen todas las categorías clásicas y se gira alrededor de la depresión y la ansiedad como manual de los trastornos mentales en los que se tiene que orientar el clínico. El DSM orienta tanto su programa terapéutico como también favorece a la investigación estadística, que se hace posible en la medida que hay un protocolo establecido que permite contabilizar y evaluar.

La cuestión para nosotros es que a partir de esto la psiquiatría se ocupa de los trastornos mentales con el modelo de los trastornos físicos, y se sostiene en las investigaciones de la neurobiología que tratan al síntoma como signo de un déficit, de una perturbación del sistema nervioso. Por esa vía vamos encontrando que no sólo desaparece, en este trayecto, el paciente en su complejidad causal, sino que también, poco a poco, se desubjetiva al médico. Hay una pérdida de la autoridad del médico en nuestro mundo, el Dr. Lacan ya señalaba que la imagen de autoridad, el prestigio del médico, su palabra en la que se sostenía su figura, casi sagrada, se empieza a perder en la medida en que comienza a aparecer la eficacia terapéutica. Era una autoridad del médico sostenida por una impotencia terapéutica casi absoluta. Sin embargo, había algo allí de la función de la palabra, que se sostenía en la relación entre el médico y el paciente. No hay más que pensar en la experiencia de cualquiera de nosotros con respecto a esta relación. El aforismo de la época es “ante cualquier médico consulte su duda”, y paradojalmente esto fue acompañado por la enorme producción de productos de eficacia terapéutica y de métodos de investigación.

En ese panorama, cada vez más, el médico se constituye en lo que Lacan define como un representante, un funcionario, ya sea de los laboratorios o de los productores de toda la ingeniería médica. Podríamos agregar, para ensombrecernos un poco, que se convierte en un “dealer” entre la droga y el consumidor. No es muy grato afirmarlo así pero, estructuralmente, el médico se ve condenado -no su posición, su voluntad- sino que es todo el sistema de producción del mercado lo que lo lleva a esto. Esta mutación del campo psiquiátrico y el campo médico constituye al paciente como un consumidor de los productos que permanentemente van surgiendo en el campo de la biotecnología y de las investigaciones.

Es fundamental considerar de qué modo la droga, el producto farmacológico puesto en el mercado como objeto, se pone al servicio de demandas neuróticas, de usos perversos y de exigencias psicóticas con respecto al objeto droga. Es cierto que la investigación tecnocientífica actual constata también el límite, los fracasos, los efectos secundarios y toda la problemática que está planteando también el consumo de las supuestas drogas curativas -por ejemplo de la depresión-.

Tomé un artículo de un tratamiento molecular para borrar los recuerdos traumáticos, yo los voy coleccionando como una especie de revista de humor. Hay una presencia que no es sólo responsabilidad del investigador, la responsabilidad de lo que seriamente se trabaja en el campo de la ciencia, sino que es la responsabilidad del mercado y de los medios puestos al servicio del mercado. Este artículo que tomé lleva por título “Electrodos para curar la depresión”, claro que cuando uno lee, resulta que es una investigación que recién se inicia, que tienen muy pocos casos, uno o dos de éxito y el resto son fracasos, esa es la información en el campo de la ciencia pero cómo llega al mundo: “Electrodos para curar la depresión”. Se los cuento porque es muy divertido. Han detectado que hay una zona cerebral que se llama la número 25, según la cual sufre una perturbación por la que el sujeto se ve afectado de tristeza y depresión, entonces rápidamente, este investigador de la Universidad de Toronto, que lo presentó en un congreso en Buenos Aires, implanta electrodos para bajar la hiperactividad cerebral en el centro que han ubicado de la tristeza. Con un marcapaso ese electrodo disminuye la actividad cerebral y constatan, leo textual: “cuando los investigadores decidieron someter a su primera paciente a este procedimiento que se hace bajo anestesia local y dura alrededor de dos horas, ella ya había estado tres años recluida en su casa bajo tratamiento antidepresivo”. Es decir, este milagro también de las drogas antidepresivas está señalado por sus constantes fracasos. Un par de meses más tarde aseguraba en un video que se sentía beatifull”, pero los otros cinco pacientes fracasaron, “es la primera vez que se puede tratar la depresión estimulando el cerebro”, concluye el artículo.

Retomando el tema de la medicación y el uso de las drogas desde la perspectiva de la demanda neurótica, si la medicina tradicionalmente intentó realizar la ambición curativa tratando el órgano enfermo, ahora desde ese horizonte de inscribir el derecho a la salud, el derecho a que la persona no sufra, es esto lo que ordena el campo médico. El problema es que la medicina se va extendiendo, en el libro de Fukuyama lo van a encontrar bien desarrollado. La perspectiva que se vislumbra, en el horizonte del derecho a la salud, es que no sólo se va a tratar de curar el órgano enfermo en pos del derecho a no sufrir, sino que la ambición es curar la vida. Ese es un derecho que tiene que ver con el imperativo de la civilización en términos de búsqueda de la felicidad; porque cuál es el problema cuando hay infelicidad, malestar, cuando las cosas no marchan como deberían, cuando no se alcanza o no se puede responder a eso que se ha constituido como verdaderamente en una norma social: la de ser feliz. Todo eso entra en el campo de la patología, todo eso se medicaliza, se psiquiatriza, en término de curar de la vida. Es la famosa cuestión del dolor de existir, que es conocer que la condición humana está sujeta a pérdidas, a separaciones, a la presencia del mal, a momentos de pérdida de sentido; y todo eso se patologiza, se convierte en signo de lo que no marcha en la condición humana y que no marcha en el sentido del posible tratamiento. Fukuyama habla allí de cuál es el porvenir de este camino que se ha abierto, la farmacología cosmética, la medicina del confort, es decir, nadie va a estar autorizado a sentirse desdichado porque va a haber una droga precisa para cada estado del alma. Fukuyama haciendo una especie de ciencia-ficción, aunque no lo es porque las investigaciones van en ese punto, plantea que la droga medicamentosa si hoy se limita al uso terapéutico es porque tiene efectos secundarios, el día que se logre purificar de tal modo que no tenga estos efectos, habrá en el mercado la disponibilidad para cada estado del alma y no sólo para esto sino para cada situación que en su vida cotidiana el hombre tenga que enfrentar. Habrá una medicación para ir a trabajar, para el ocio, para las vacaciones, una precisa para ir a visitar a la familia de la esposa, una medicina para relajarse después de un agotador día de trabajo. Se va hacia eso; hay que entender este pasaje, esta mutación que va del derecho a la salud al derecho a la felicidad, de la ambición de atender el sufrimiento de quien está enfermo a lo que es curar la vida.

Hace pocos días hablábamos con unos colegas del uso del Viagra, del uso masivo de los adolescentes y jóvenes del Viagra a precios reducidos. Los dealers van a la salida de las bailantas y discos y ofrecen viagra ¿Para qué? Para curar la vida, para salir de ese punto de angustia que marca la tensión entre el deseo y el acto. ¿Cómo atravesar ese punto de angustia? Ahí está la droga, el viagra, que fue producido con otros fines. A punto tal que ahora se está difundiendo, y es sin duda cuestión del mercado, que las mujeres también están consumiendo viagra, por una especie de información marketinera que les hace suponer que las estimula sexualmente.

De esto hay infinidad de casos, como por ejemplo el uso de “éxtasis” en los locales bailables. Esta droga es la metildioxianfetamina que está combinada con la ritalina y produce efectos del tipo del Prozac. Es el uso para curar la vida de drogas que están en el mercado para uso terapéutico y se ponen al servicio de mejorar la performance del joven durante el encuentro con sus pares. En esto también tiene que ver la televisión al considerar la condición humana como un funcionamiento.

Toda esta cuestión viene a hacer pensar al sujeto humano como un funcionamiento, funciona bien o mal. En el mercado tiene que ver con la vida empresaria: si rinde o no, si funciona bien o mal de acuerdo con las normas y requerimientos exigidos. Sabemos de los estragos, en ese sentido, en nuestra época, de lo que fue la devaluación, del buen o mal funcionamiento en los lugares de trabajo, lo que se ha producido como epidemia de desocupación no sólo en los países pobres sino de los países desarrollados también.

Pasemos a considerar la perspectiva que podríamos plantear con respecto a esta cuestión desde la orientación lacaniana del psicoanálisis. En primera instancia, por supuesto que es una constatación clínica y que se reconoce el fenómeno depresivo, es sin ninguna duda un estado clínico. Pero desde el psicoanálisis no es considerado como un síntoma que se corresponda con una estructura en particular. Esa articulación que tan bien ha planteado Lacan, en el promediar de su enseñanza, entre el tipo de síntoma y la estructura. Pues bien, no se trata de eso, pero es una constatación clínica, un estado hecho de tristeza, del abandono de la propia persona, de desinterés, fatiga, de extrema dificultad para cumplir con las actividades. La cuestión para el psicoanálisis es que esa descripción se puede presentar en todos los casos, clínicamente hablando, de: neurosis, perversión y psicosis; dependiendo del modo en que se inscribe cada uno en la estructura es como se orienta el tratamiento.

Saben ustedes que esto que acabo de comentar, como rasgo de estado depresivo, es lo que se presenta en todo momento de duelo para cualquier persona. El estado de duelo ya Freud había advertido que no es conveniente intervenir con el psicoanálisis sino que hay que permitir que el sujeto realice el trabajo de elaboración de su duelo, intervenir sería obstaculizar este trabajo.

Ante el mínimo sentimiento de pérdida “por favor un psicólogo a la derecha”, no se tolera el dolor de existir. La cuestión para nosotros es de qué modo sostenemos y nos orientamos en nuestra práctica desde la causalidad psíquica, esa causalidad que está desconocida por los campos que dependen de los avances de la ciencia porque tratan al cuerpo como un organismo, un organismo sobre el que se puede incidir metabólicamente para actuar sobre sus estados de ánimo, sus trastornos del humor. Considerar entonces al cuerpo puramente como organismo, es avalar la desaparición del sujeto, no reconocer que hay un sujeto que sufre, que sí tiene un cuerpo pero que trasciende su organismo y es el cuerpo de sus satisfacciones, que goza y ahí no hay neurociencia que pueda dar cuenta ni del deseo ni del goce, ¿Porqué? Porque estas son condiciones de la existencia que dependen de aquello que precisamente hace a lo más particular de la condición humana, es que no es un puro ser viviente y, en consecuencia, no puede ser tratado como tal. No es su vida la pura condición de la vida viviente del animal, es un viviente que por estar inscripto en el campo del lenguaje, porque depende de la función de la palabra ha perdido su pura condición de ser viviente. Hay una profunda mutación allí de su existencia, hay una desrealización de su pura condición de ser viviente y por lo tanto a ser tratado como un puro organismo, una pura máquina que funciona o no y que hay que arreglar sus disfuncionamientos.

La cuestión es de qué modo abordar lo que se llama el trastorno del humor, aquello que habría que considerar en términos de los estados afectivos.

En primer lugar, quienes seguimos la enseñanza de Lacan hemos aprendido que el estado afectivo no es una guía, un instrumento que sea revelador de la verdad del sujeto. Los afectos -dice Lacan- engañan, salvo uno, la angustia, que esta marcada por ese rasgo de ser verdadera. La angustia es lo que no engaña, no me podré extender sobre este punto pero sé que en el CEPU están trabajando el seminario sobre la angustia. Fíjense donde está la angustia en el síndrome depresivo, está subsumido dentro de lo que se llama el síndrome depresivo. La angustia como un rasgo más que se ha subsumido por debajo de la depresión y, la angustia es paradigmáticamente el afecto que señala la condición de la existencia humana, más allá de su existencia vital, la angustia es la experiencia -Lacan la califica así- que marca que no estamos en el mundo animal.

Hay toda una tradición con respecto a esto desde Heidegger hasta Sartre y toda la cuestión del ser y la nada donde la angustia ocupa este lugar crucial, porque la angustia es con relación a la nada, es con relación a ese punto donde el sujeto se descubre más allá de todo lo que lo determina en su mundo, de aquello que lo hace como un puro ser empírico. Es un concepto metafísico, metaempírico, es la experiencia subjetiva de que su experiencia no es puramente vital, que no hay armonía con su mundo, que no está en el mundo como pez en el agua y la angustia está desaparecida. Se habla muy poco del tema de la angustia, se hablaba mucho en el siglo XX, no hay más que evocar el título de Freud ”Inhibición, síntoma y angustia”, donde la angustia en su construcción clínica ocupa el lugar central por supuesto; plantea la angustia de castración y todas las consecuencias que esto tiene en relación tanto a la problemática del deseo como a la del goce.

Entonces, lo que propone Lacan al decir los afectos engañan es que hay que ir a verificar los afectos, lo que supone ir en el sentido contrario a la tendencia natural del afecto que es mostrar. El afecto se demuestra entre nosotros, se exhibe, ir contra la tendencia natural en ese sentido de la demostración, es ir en el sentido de cómo hacer ese afecto verdadero, como verificarlo, como darle estatuto de verdad en la medida en que lo ponemos entre paréntesis, lo dejamos en suspenso. No nos dejamos engañar por el afecto pero sí consideramos que se trata de esa búsqueda de la verdad, que es invitarlo a hacer pasar el afecto a los dichos, que hable, y es en la medida en que habla que se introduce en un trayecto probablemente psicoanalítico. Digo probablemente psicoanalítico porque acá también tenemos que considerar caso por caso, porque esta invitación a hablar no es solamente para sostener una conversación, sino a reconocer en lo que dice sus dichos. Esto depende del consentimiento del sujeto, hay que querer saber, hay que prestarse a ese querer saber. El problema que tenemos es que el sujeto deprimido precisamente va en el sentido contrario, el sujeto deprimido es el que no quiere saber, ofrece su patema al otro pero sobre el fondo, en principio, de este rechazo del querer saber. Es en este sentido es que la lógica del medicamento viene a consentir al sujeto que no quiere saber, como formando parte de su propia posición como sujeto y de su responsabilidad con relación a la depresión.

Es el problema del caso por caso que nos encontramos en nuestro consultorio, cómo maniobrar, con qué saber hacer, por que vías lograr que el sujeto consienta a abrirse a ese otro afecto que sí es fundamental en la operación analítica: el amor al saber, lo que Freud llamó transferencia. Quienes practican el análisis y se orientan por Lacan, bien saben que el momento de la transferencia no es dirigirse al otro en pedido de ayuda, el momento de instalación de la transferencia es el momento en que se instala esta posición, esta responsabilidad del sujeto con respecto a su propio inconsciente. Reconocer en sus dichos lo que dice no es seguro que sea para todos, esto también se define caso por caso. Lo que estamos proponiendo es interrogar el afecto a partir de introducirlo a un trabajo de elaboración, de la verdad particular del sujeto, tomada no como la verdad revelada por sus afectos, sino revelada por el saber inconsciente. Es una de las caracterizaciones que hace Lacan con respecto al inconsciente, un saber no sabido, un saber al que la operación analítica le ofrece el tú puedes saber acerca de tu verdad.

Si ustedes siguen la idea del pasaje del afecto al dicho, es un pasaje que se puede calificar como un paso de la psicofisiología a la ética. El psicoanálisis tiene un programa terapéutico pero donde acentúa que dentro de la terapéutica está la ética, toma en consideración aquello que las neurociencias desconocen en términos de causalidad psíquica y que tiene que ver con la posición del sujeto, tanto en relación a su deseo, como en relación a su goce.

Esa posición ética es lo que lleva a Lacan, precisamente, a enunciar en términos éticos el problema de la tristeza, está publicado en un libro que se llama “Radiofonía y televisión”. Son dos textos, uno de ellos es una entrevista radiofónica que le hicieron a Lacan en los años ´70, el otro es un texto que retoma una audición que hizo en el año ´73. Durante 90 minutos habló ante la audiencia televisiva sobre su enseñanza en los términos más condensados y sin ceder a los requerimientos de la difusión. La cita se encuentra en la página 107 y dice lo siguiente: “Se califica a la tristeza de depresión cuando se le da el alma por soporte, pero no es un estado del alma es una falla moral, un pecado lo que quiere decir una cobardía moral que no cae en última instancia más que del pensamiento o sea del deber del bien decir o de reconocerse en el inconsciente en la estructura”.

¿Por qué pecado, cobardía, falla moral? Lacan sostiene que es renunciar a un deber, el deber del “bien decir”. Lo que propone como deber ético para el sujeto desde la perspectiva del psicoanálisis no es la alternativa bienestar-malestar, sino: “bien decir”; el hacerse responsable como sujeto de aquello que sí lo determina y que tiene que ver con su inconsciente. Por eso dice reconocerse en la estructura, reconocerse en el inconsciente, que en términos de Freud se puede plantear en el deber de hacer el trabajo, el trabajo de elaboración de su posición como sujeto en el mundo y en relación a su propia vida.

Uno puede considerar el fenómeno depresivo como la renuncia al “bien decir”, en el sentido de hacer el trabajo de elaboración de reconocerse como sujeto del inconsciente, ver cuáles son las determinaciones inconscientes que lo llevan a ese punto de fallo que padece como depresión, que padece como el sufrimiento del depresivo. En ese punto la alternativa es entre el psicotrópico que viene a consentir y el que se pueda posibilitar el trabajo de elaboración.

Tampoco se trata de estar contra la medicación, sino de cuál es el uso en el sentido de la demanda neurótica, cuál es el uso en el sentido del uso perverso de la droga. También podemos contar con la medicación para hacer posible, en los casos en los que efectivamente hay que intervenir de ese modo, el trabajo de elaboración.

Para terminar, sobre el modelo del duelo, Freud propone muy claramente que el trabajo del duelo, que lo realiza el yo en relación a ese momento de pérdida del objeto, es un trabajo en el que se trata de simbolizar aquello de lo que era portador el objeto, de modo de recuperar la libido perdida en ese objeto y reordenar libidinalmente su mundo. Volver a animar, al final del trabajo del duelo, el mundo, reinvestirlo, relibidinizarlo, reinteresarse por el mundo luego de atravesar todo ese tiempo de desinterés, abandono y tristeza.

Ustedes saben que hay un momento de la enseñanza de Lacan que es sumamente útil desde el punto de vista clínico, alrededor de los años 60, que es la construcción del grafo del deseo en el que puede describir la posición del sujeto, de la demanda y de ser un sujeto que está confrontado a la problemática del deseo.

Cuando introduce Lacan en el grafo la relación del yo con su mundo y los objetos, lo ubica en el eje imaginario de la relación con el otro y es aquí donde piensa Freud el trabajo del duelo. Pero Lacan avanza y retoma otro momento de la obra de Freud para captar de qué modo el fenómeno subjetivo, sintomático, está determinado por una causa muy precisa que es el fantasma, la fantasía inconsciente, sobre la cual Freud en un momento va a ubicar la causa de la neurosis.

En un momento de los inicios de la enseñanza de Lacan aparece lo que se conoce como el modelo óptico de los ideales de la persona, donde hay una referencia con respecto a la depresión pero que sólo dice que el afecto depresivo recae sobre el yo cuando no cumple con el ideal, reconoce esta relación entre yo y el ideal en cuanto a esos momentos de depresión.

Pero, como decía, hay una función fundamental que tiene que ver con el hecho de que el fantasma, es decir, la relación del sujeto del inconsciente determinado por el significante y simbólicamente articulado a lo que el objeto a designa como recuperación posible de goce, llamado plus de gozar, es lo que le permite al sujeto sostener su relación con el campo del deseo. La clave de esta relación entre el sujeto y el plus de gozar, entre el sujeto y su satisfacción posible, es este signo ($ ◊ a) que marca que la relación está controlada, regulada, mantenida a distancia. Entonces el fantasma le permite al sujeto sostener el deseo, en el sentido de estar animado por un deseo del que puede alcanzar una satisfacción posible.

El problema que plantea la depresión es que esto está fracasado porque el objeto de la satisfacción está ofrecido, es como que la realidad se transformara en el fantasma, el sujeto tiene a su alcance todos lo objetos posibles de satisfacción y el paradigmático, el mayor objeto de su satisfacción que pueda alcanzar ese objeto es su yo triste, su yo deprimido. El estallido de esta función lo pone a expensas del super yo, al que Lacan no describe como el de Freud. El super-yo freudiano se caracteriza por la prohibición y la consciencia moral, en cambio, para Lacan no se trata del super yo que se corresponde a la época victoriana, que se corresponde con la moral capitalista de la época, según la cual había que ser trabajador, disciplinado, ordenado, higienizarse, ir a la iglesia regularmente. Lo que no se imaginaban en la época victoriana era que el surgimiento del mercado iba a hacer estallar todo eso. En ese momento se trataba la producción industrial, cómo favorecer la producción industrial, contraria a estos tiempos donde se favorece al consumo. Se les infiltró el mercado como dominante y no la producción y eso hizo estallar toda esa supuesta moral victoriana e hizo que todo en la vida se convirtiera en discusión acerca de mayor o menor satisfacción, acerca de si está al servicio de la búsqueda de la felicidad o no, si viene a responder por el supuesto querer gozar del lado del sujeto.

En este sentido, no hay más que pensar en el lado de la sexualidad, nosotros nos acordamos de la época en que la sexualidad estaba marcada por el pecado, no solo desde el punto de vista religioso, sino que se inscribía dentro de ciertas normas de prohibición, reserva, de intimidad, secreto, de un mundo a descubrir que hoy ha desaparecido. (El disertante hace referencia al programa televisivo difundido por el canal Cosmopólitan llamado “Confidencias”) ¡Es maravilloso! Tratan la sexualidad como se podría discutir la eficacia o no de un detergente, dan todo tipo de métodos en búsqueda de la felicidad que prometería el placer libidinal alcanzado por el acto sexual. Les recomiendo que vean aunque sea un programa, es increíble por las preguntas y las respuestas, se corresponde con esta época que avala la búsqueda de satisfacción, es decir, del sexo pecado al sexo placer libidinal para todos y el que no... que busque la droga o que mejor encuentre un psicoanalista.

Preguntas.

Público: yo quería destacar esta cuestión de la pregnancia de lo imaginario asociado al marketing de la felicidad, que me parece es uno de los grandes desafíos que tenemos los psicoanalistas, por la modalidad de presentarse los pacientes en la clínica, ni que hablar de la histeria, yo soy anoréxica, yo soy depresiva, o lo mío es crisis de pánico. Como que ya vienen amalgamadas a un significante producido desde lo social y desde los medios de comunicación masivos, es muy difícil de correr desde ese lugar, desde esa pregnancia de lo imaginario y que justamente empujan no al querer comprometerse con el saber, el bien decir, sino anudarse a este ofrecimiento del mercado y de la felicidad como pudiendo obtenerse ya, no justamente por la vía del deseo que es la vía de la mediatización del largo plazo, del trabajo de reconocer y del querer lo que uno desea, sino por la vía del mercado. Como que la solución esta en ir a comprar algo que un profesional va a indicar.

También se me ocurre como esta cuestión de la pregnancia de lo imaginario y este marketing de la felicidad, también reduce, un poco parafraseando a Francis Fukuyama, al fin del hombre con la vuelta a la concepción de que el hombre tiene instintos Digamos que a los instintos se los podría medicalizar, se lo podría intervenir desde lo real. Me parece que si justamente Lacan destaca que los afectos mienten, excepto la angustia, es porque el sujeto esta teniendo una vacilación en cuanto a qué distanciamiento poner, me parece que la angustia es de lo que no se habla en los medios de comunicación, el marketing de la felicidad no menciona, es algo que por momentos pareciera estar cercano a lo real.

R. N.: Al punto tal que los pacientes que consultan no reconocen su punto de angustia, es como que todo el sujeto está subsumido a la depresión. Cuando dicen anoréxico, deprimido, desconocen el punto de la angustia, no porque no tengan la experiencia, sino que es una experiencia que ya no puede ser nombrada como tal, como que hubiera desaparecido el nombre de esa experiencia, claro que retorna bajo esta forma feroz que es el ataque de pánico.

Público: Si podría hablar un poquito de la melancolía y había hablado también del uso perverso de la medicación, cómo se relacionaría esto con el abuso de la medicación

R. N.: La melancolía para Freud era el fracaso del trabajo del duelo, no es esa elaboración que llega al punto donde es posible recuperar los significantes del objeto para reorganizar el mundo libidinal. Como decía Freud, la sombra del objeto recae sobre el sujeto, sobre el yo. En Lacan, insisto, no hay demasiado referido a la cuestión de la melancolía, lo que se podría pensar es esta relación del sujeto sometido al super-yo como imperativo de goce, donde gozar de su tristeza sería el máximo imperativo para el melancólico: goza de tu tristeza y no sepas nada de cuál es la causa. Al punto tal es ese imperativo de goce que lo puede llevar a pasar al acto. La melancolía como tal es un cuadro preciso que no es la depresión.

Este empuje de la civilización, también habría que pensarlo en relación a la posición perversa, porque si uno piensa la posición del fetichista tal como la describe Freud, no es sostenerse sobre lo que no tiene, sostenerse sobre la falta. El fetichista invierte los términos, la condición del fetichista es que tenga, que no aparezca la falta en el horizonte. El fetichista es paradigmático porque demuestra hasta que punto es un objeto absolutamente banal el que se puede constituir en la condición de su satisfacción, una media, un zapato.

Una vez tuve ocasión de supervisar a alguien que me vino a conversar de un paciente que atendía, era muy exquisito el rasgo de perversión fetichista, se paraba en la parte inferior de la escalera del subterráneo y encontraba la satisfacción sexual viendo la hiancia en el movimiento entre el talón y el taco alto de la mujer. Era de una exquisitez fenomenal, pero era absolutamente banal. No es que esta condición le permitía el acceso a la mujer, no de ninguna manera, era la condición que le permitía apartarse de afrontar toda angustia posible de castración en el encuentro con el otro sexo, vía la instalación de un fetiche de mucha exquisitez, que no era simplemente sentir el aroma del pañuelo de la amada.

Pero hay una tendencia en ese sentido a la cuestión de una lógica perversa en lo social, entendida como que hay derecho a satisfacerse del otro, hay derecho a satisfacerse de los objetos. Es, por otra parte, lo que anunciaba la voluntad del Marqués de Sade, lo anunciaba en términos de un derecho de abusar de tu cuerpo. Claro que el mundo ofrece cosas más accesibles que el cuerpo del otro, que es el mundo de los objetos que son posibles de consumir.

Público: Con relación a como había empezado la conferencia en los imperativos de la época, la encrucijada actual para el psicoanálisis, pensaba la medicación en la cuestión de taponar la angustia y que, en ese sentido, lo que plantea Lacan no es una psicoterapia…

R. N.: El problema es el siguiente, hay una perspectiva con respecto a la psicoterapia a la que no dejan de recurrir los psiquiatras más encarnizadamente neurobiologistas, ellos van a decir “por supuesto que es necesario la psicoterapia”. Pero es una perspectiva de la psicoterapia como la conversación sostenida con el paciente para verificar los efectos de la medicación, su incidencia. La otra perspectiva es una que introdujo el año pasado en un congreso Jacques Alain Miller. Me pareció muy esclarecedora con respecto a esta cuestión y es lo que nos lleva también a plantearnos como pensar el psicoanálisis en este siglo y en el porvenir. La psicoterapia que toma del psicoanálisis el campo del sentido y deja la causa a la neurobiología. El camino es seguir a Lacan en su enseñanza, a cómo va a plantear en la última década que el sentido lleva a lo peor. ¿Qué quiere decir eso? Que la psicoterapia lleva a lo peor, y llevar a lo peor es que el sujeto en el campo del sentido y en el develamiento permanente del sentido, nunca logra orientarse con respecto a cual es su posición, siempre hay un nuevo sentido que se le puede sumar. Esto ya corresponde a la elaboración de los textos de Lacan donde va a plantear que la interpretación no tiene que alimentar el sentido, porque tiene que apuntar a los significantes que amarran al sujeto, que es otra cosa, hechos del no-sentido. Es en esa medida que saber cuál es el significante que determina o cuáles son el conjunto de significantes que determinan mi posición, posibilitan orientarse. Lacan va a plantear al final la salida por el lado del síntoma, como el lugar de alojamiento de un sujeto, de su goce, pero claro que no es el síntoma del padecimiento, es el síntoma atravesado y procesado por esa procesadora que sería el trabajo analítico.

Público: Fue, no sé si duro con los psiquiatras, creo que le doy la razón, adhiero a mucho de lo que usted dice, por ahí podría llegar a alegar que la mayoría de los psicofármacos no son recetados por psiquiatras, pero si creo que hay una tendencia a que los psiquiatras cada vez vayan a prescribir más… yo trabajo en hospital y he tenido práctica privada y nos pasa a veces a los psiquiatras, que siempre somos pocos, que no tenemos muchas alternativas en la búsqueda de psicoanalistas.

Por ahí se me ocurría la pregunta dado que usted hablaba de un programa del psicoanálisis y se refirió a la OMS… lo que no entiendo es cuál sería la propuesta a nivel de masa, que solución o que vía o alternativa podría dar el psicoanálisis… de hecho las obras sociales, algunas ni siquiera reconocen el psicoanálisis, otras ni lo quieren escuchar o autorizan ocho sesiones o veinte o treinta. Por eso, si bien adhiero a la postura que usted hace con relación al medicamento como un taponador de la angustia y adhiero también al concepto de depresión que dio como la forma de no querer saber del dolor de existir, no sé si hay otro discurso válido que indique otro camino, ojala lo hubiera. Por eso la pregunta cuál sería la postura del psicoanálisis, no tanto a nivel del caso por caso en lo particular...

R. N.: Es crucial la cuestión, a punto tal que el próximo sábado vamos a tener un foro que lleva por título “La reconfiguración del psicoanálisis en el mundo actual” que va totalmente en el sentido de lo que usted plantea.

Si hable mal de los psiquiatras no fue para nada mi intención, me referí a la psiquiatría, a la ideología dominante y creo que el psiquiatra está confrontado a esta problemática exactamente en el punto que estamos enfrentados nosotros. Ahí también tendrá que tomar su decisión ética en el sentido de sí se suma a este movimiento de la civilización, o resiste en el sentido de sostenerse en su clínica psiquiátrica, valiosa y contando también con el psicoanálisis. Contar con el psicoanálisis es contar también con sus enseñanzas, con los psicoanalistas y claro que es responsabilidad de ellos de que modo encontrar las respuestas a lo que usted planteaba, porque son efectivamente cuestiones de masa de las que se trata, no se limita a la consulta privada.

Me parece que cuando hacemos una reunión como ésta estamos tratando de ir en ese camino. Por ejemplo, la presencia del psicoanalista en la ciudad, en los servicios, en los hospitales, tomando iniciativa, participando del debate y conversando con el psiquiatra la posibilidad de salirse de este mecanismo perverso. El próximo miércoles la Escuela de Orientación Lacaniana inaugura un servicio de asistencia, no gubernamental, para atender las urgencias subjetivas. Hay un movimiento que se produce en los servicios de salud mental, en los centros de salud y hospitales. La presencia de los psicoanalistas, no solamente por la capacidad limitada que puedan tener de asistir sino también por sostener esta idea fundamental: si frente al paciente tenemos un sujeto o tenemos un organismo que no funciona, con esto es bastante lo que se puede sostener en este mundo. Están las redes asistenciales, en Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Córdoba para dar respuesta analítica a las demandas sociales, con el usufructo que pueda ser posible.

Público: ¿Cuándo llevar adelante una interconsulta o cuándo decidir que el psiquiatra tome cartas en el asunto?... Lo cierto es que muchos tenemos que recurrir al psicofármaco y de hecho funciona y posibilita que el sujeto se implique en su propia individualidad y hasta en su bien decir. Lo difícil es aceptar también nuestra propia castración desde el psicoanálisis y tener que consultar con el psiquiatra. Obviamente estamos hablando de casos en los que hay una peligrosidad inminente para el propio sujeto o para terceros. También es una posición ética negarle a un sujeto un elemento que, aunque sea temporalmente, posibilite alivianar de ese plus de gozar.

R. N.: No, en absoluto, la interconsulta y el recurso del medicamento está totalmente contemplado dentro de nuestro campo, de nuestra práctica, forma parte de la práctica cotidiana. Incluso hay un uso de intervención en el análisis que puede estar al servicio la medicación. Hay un uso posible, en ocasiones, no son muchas las que tenemos que recurrir, pero debido a que soy médico no he llamado al psiquiatra, en la medida en que tenía que ser una intervención interpretativa hacerle la receta. Esto no está prohibido, no está impedido, se puede evaluar en que momento y caso por caso.

Por supuesto que no sólo hay que pensar la interconsulta con el inconsciente, digamos que en el último caso es llamar a interconsulta con el inconsciente, decirle bueno hable, captemos de qué se trata. Pero hay momentos, hay estructuras que necesariamente requieren la medicación, fundamentalmente cuando hacen el trabajo posible. Es como el uso del anestésico, si entendemos qué es el anestésico, no si entendemos como nos quieren vender que curan la depresión, la psicosis, el ataque de pánico. No hay cura, hay una eficacia sobre un tipo de funcionamiento que al modo de un anestésico puede posibilitar una operación, crea las mejores condiciones para realizar una operación y sin ella sería insoportable e intolerable someter al paciente a un sufrimiento que no tiene sentido. No hay ninguna inhibición para recurrir al medicamento cuando el caso lo requiera y hay distintas maneras.

Rosa Yurevich: Iba a agregar algo que va por la vía que había traído el disertante con relación al diario, en el CEPU trabajamos una película muy interesante “Eterno resplandor de una mente sin recuerdo”. Es interesante porque se trata de dos enamorados que se separan y la chica para no sufrir va a que le borren todos los recuerdos, y lo hacen. El muchacho también hace lo mismo para no sufrir, pero hay una falla en el proceso y esto no se concreta totalmente Pero fundamentalmente lo que sucede es que ellos dos se vuelven a elegir, aún sin los recuerdos.

Lo otro que iba agregar es que en Córdoba hace poco se creó la Red Asistencial, se trabaja en los consultorios de los profesionales, hay todo un dispositivo de cómo llegan los pacientes, se les hace una admisión, se los deriva, los honorarios son accesibles a lo que la persona puede pagar... me llegó a mí un caso de una adolescente que fue a consultar por los ataques de pánico. Había visto en la propaganda que estaba la Red Asistencial de la EOL que atendía anorexia, bulimia, ataques de pánico y por eso concurrió, pero cuando empecé a preguntar qué son los ataques de pánico, ella lo que describe nada tenía que ver con eso y trabajó puntualmente ese tema y pudo seguir con su vida adelante. Me parece que hay formas de trabajar y que hay respuestas. Lo mismo que atender las urgencias, “Pausa” es totalmente novedoso en la Argentina, es un lugar donde se llega con urgencias y los profesionales no cobran nada y a los pacientes tampoco se les cobra. Están los profesionales de la EOL trabajando allí, son proyectos muy interesantes para la comunidad.

Público: Soy estudiante de psicología, empecé este cuatrimestre y voy a una Universidad en la que no se habla prácticamente de Freud, mi pregunta es si fuera de lo físico, si lo único que afirman que existe como metafísico y como prueba que el hombre supera la experiencia del animal es la angustia.

R. N.: No, la angustia es una marca esencial, pero está relacionada con el objeto del deseo, esto es lo que tiene que ver con lo metaempírico, con lo metafísico, con que no puede ser considerado sólo como un organismo, como un puro ser viviente. Es un sujeto de deseo y lo que hay que entender es el lugar que ocupa la angustia en esta cuestión relativa al deseo.

Bueno, esto que estudie en una Universidad que ve poco a Freud es el porvenir, en los posgrados de Estados Unidos hay una referencia a Freud que dice: fue un médico Vienes que a principios del siglo XX supuso la importancia de la sexualidad en la vida de los humanos. Tres años de postgrado y ese es el avance de toda esta cuestión que estamos discutiendo, de que modo se trata. Uno podría decir que se trata efectivamente de sustituir en el siglo XXI la depresión generalizada por la angustia, que era la noción que dominaba la primera mitad del siglo XX y eso pasa en todos los niveles, de educación, universitarios. Pero creo que puede ser motivo de entusiasmo, de ganas de sostener una posición, Freud estaba en condiciones mucho peores que la nuestra y más todavía nosotros los argentinos que disfrutamos de una posición excepcional en el mundo porque es un país freudiano, no hay ocasión en que no haya referencia al diván, al psicoanálisis, esta muy penetrado en la cultura.



[1] Disertación realizada en el marco del “Ciclo de Conferencias: el psicoanálisis en la ciudad” CEPU Año 2005.

Publicada en la Revista El Faro Nº1 del Centro Psicoanalítico de Ushuaia, Grupo Asociado al IOM

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